(Por Andrés Simón, creador del blog Finagro)
Hoy en día, decir que el mundo tiene 7600 millones de habitantes, y que para 2050 se prevé que esa cantidad llegue a 9600 millones, no sólo es un dato demográfico.
A Argentina, como uno de los principales productores de materias primas de alimentos del mundo, se le plantea un desafío importante y una responsabilidad enorme. Pero, a pesar de tener un gran protagonismo como productores y exportadores, no manejamos todas las variables, ya que fundamentalmente no somos ni formadores de precios ni marcamos el ritmo como consumidores.
De esto último se encargan Estados Unidos y China, respectivamente; países protagonistas también de una guerra comercial que se viene desarrollando hace un tiempo y que, como cualquier guerra, no beneficia a nadie: sectores importantes de la economía mundial, incluido el agro, ven cómo los precios de sus productos se derrumban con la nariz contra el vidrio y con poco para hacer, como ocurrió hasta hace unas semanas.
El fenómeno China
Para tomar dimensión del cambio de paradigma que existe en el mundo en cuanto al posicionamiento de las potencias globales y el ejercicio de poder que, hasta hace 15 años, parecía ser monopolio de Estados Unidos, es necesario entender a China.
A partir de la década del 80, el gigante asiático empezó a tener un cambio estructural de su población: para ese entonces, el 20% vivía en ciudades, y el 80% restante lo hacía en zonas rurales. Hoy en día, debido a ese cambio estructural -a partir de factores políticos, sociales y económicos-, la ecuación cambió, y aproximadamente el 60% de la población de China vive en ciudades.
Este nuevo escenario es consecuencia de la descolectivización de la agricultura y la industrialización del país, algo que trae aparejado una buena oferta de trabajo en urbes, y la buena calidad de vida en las ciudades frente a la vida en las áreas rurales.
¿Qué significa esto? Un aumento en la calidad de vida implica una mejora en muchos aspectos de la sociedad china, desde el incremento de la esperanza de vida hasta una mejor alimentación.
Y es ahí donde los países productores de alimentos entran en juego.
En China, actualmente se consumen aproximadamente 40 kilos de carne porcina per cápita por año. Son cerdos que, en su gran mayoría, son producidos localmente pero que consumen derivados de soja. Esto último hace que la demanda de soja mundial se mantenga en crecimiento, y que nuestro país, como uno de los principales productores del commodity, se asegure una buena entrada de divisas año tras año.
El lugar de Argentina
Cuando a fines de enero, la soja cotizaba a 340 dólares por tonelada y la superficie sembrada era récord, todo parecía augurar una entrada importante de divisas que mantenía expectante al Gobierno, y se ponía a la agricultura como una especie de mesías de la economía argentina para este año.
Sin embargo, si hay algo que se sabe en el campo, es que no hay que festejar antes de tener la producción cosechada. Y resultó ser que no solo en Argentina había cosecha récord: también había en Brasil, que es el otro gigante sudamericano del agro, y uno de los principales productores mundiales de soja y maíz.
Como si la sobreoferta no fuera suficiente para deprimir los precios, volvió Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, recargado, con lo que la guerra comercial se recrudeció.
En este sentido, Argentina no sólo se vio perjudicada por los precios, sino que también se vio amenazado su principal destino para la harina de soja, el sudeste asiático, ya que Estados Unidos, al reducir su participación en China, principalmente por la guerra comercial, decidió ganar esos mercados.
Como frutilla del postre, surgió una enfermedad porcina en China, que hizo que se sacrificaran aproximadamente el 30% de las existencias, deprimiendo la demanda. Todos estos factores generaron una baja en los precios, que llegaron a tocar soportes históricos de 290 dólares por tonelada de poroto de soja.
Hoy, unas semanas después de estas depresiones en los precios, éstos parecen haber recuperado terreno -por cuestiones climáticas en el hemisferio norte, donde se ha atrasado mucho la siembra para la campaña 2019/2020- aunque no se sabe hasta cuándo. La tonelada cotiza en Chicago a 325 dólares; un hecho que, sin dudas, nos demuestra que estamos en un mercado volátil y dependiente de factores que no podemos manejar.
¿Y ahora qué hacemos?
En base a este diagnóstico, podemos sacar varias conclusiones para elaborar posibles respuestas a una serie de preguntas que nos hacemos desde hace algunas semanas.
Sabemos que China necesita seguir consumiendo proteína animal, y que su oferta local disminuyó en un 30%. Ésto, si lo viéramos en una matriz FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas), es una advertencia para los precios agrícolas, fundamentalmente la soja. Pero también podemos plantearlo como una oportunidad para los productores de carne porcina que están fuera de China.
Con la disminución de la oferta de carne porcina para su mercado local, se abrió otra ventana que antes parecía hermética.
Claro que Argentina no es la única que quiere entrar: Europa está haciendo grandes esfuerzos, y Brasil, con una estructura mejor formada y con ventaja competitiva frente a nosotros, también hace lo posible por aumentar su participación en el mercado global de carne porcina.
Lo cierto es que a la Argentina se le presenta una oportunidad histórica, no sólo en cuanto a carne porcina, también en carne vacuna y carne aviar, de seguir estrechando lazos y de hacer crecer el vínculo con uno de nuestros principales socios comerciales.
Además, con la disminución del comercio con China, Estados Unidos sale a buscar nuevos compradores de su harina de soja, entre los que se encuentran los principales clientes de Argentina.
En el caso de perder algún destino, será responsabilidad de Argentina encontrar nuevos horizontes para comerciar este producto, y contrarrestar de esta manera una eventual pérdida de la participación en el comercio mundial. Hoy, somos el principal exportador de harina de soja; tenemos un 40% de las exportaciones.
En fin, se presenta un panorama complejo para Argentina en esta coyuntura. Pero sin dudas, el escenario plantea desafíos dignos de ser enfrentados y que pueden resultar muy beneficiosos para nuestra sociedad si se logran capitalizar las distintas ventajas que el mercado pueda ofrecernos.
Eventualmente superada esta situación, a mediano y largo plazo creo que es momento de seguir formando y afianzando estrategias, tanto fuera como dentro de los límites del país, comerciando de forma inteligente con los socios comerciales existentes, buscando nuevos mercados, pero fundamentalmente agregando valor en origen y ofreciendo productos procesados en base a nuestras materias primas. Hace 100 años, nos seducía la idea de ser granero del mundo. En este siglo, el desafío es convertirnos en el polo alimenticio del mundo.
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